Tras toda una vida entera en los Escolapios, colegio que me
ha visto en todas las etapas de mi vida, y tras una exitosa selectividad, ahí
estaba yo, en las puertas de la que iba a ser mi Universidad durante, mínimo, cuatro
años.
Las dudas sobre si mi elección sobre lo que había decidido
estudiar existían. Cuando decides que quieres estudiar algo fuera de lo que
venían siendo tus estudios “normales y corrientes” de toda la vida, la gente de
tu alrededor empieza a aconsejarte sin necesidad de que le preguntes. Sueles
escuchar cosas como “no, eso no que no tiene salidas”. Mi respuesta siempre fue
la misma, y es que hay veces en las que la mejor respuesta es otra pregunta: “¿y?”.
Seamos realistas. Las cosas no están como para salir de la
Universidad y empezar a trabajar así sin más, pero ¿qué esperas?
Desde luego yo siempre
he sido una persona muy cabezota y, contra antes me decían “no hagas
esto”, antes iba yo y lo hacía. Típico en mí.
Para colmo, ir diciendo por ahí que quieres trabajar (al menos
en mi caso) con delincuentes en cárceles y reformatorios es algo que no todo el
mundo acepta del mismo modo. “Es duro”, decían. Pero realmente, ¿qué no lo es? ¿No
es duro operar a un enfermo? ¿No es duro satisfacer a todas tus clientas con el
peinado que les haces? Pues yo quería eso. Y punto.
A lo que iba, que allí estaba yo el día 15 de Septiembre esperando
a que alguien nos enseñara las instalaciones.
En realidad iba nerviosa. No conocía a nadie y yo de
primeras soy muy vergonzosa. Siempre había pensado que entrar en la Universidad
te brindaba la oportunidad de empezar como alguien nuevo porque allí nadie
conocería tu pasado a no ser que tú se lo contaras.
No es que tenga ningún pasado oscuro, pero sí que pensaba
que era como empezar de cero. Pero tampoco es así. Tú como persona ya tienes
unos valores implantados en tu ser que no puedes borrar bajo ningún motivo.
Además, fingir ser alguien que no eres no puede ser muy sano. Los demás deben
quererte por quien eres realmente. ¿Conclusión? Sigo siendo la misma.
Mis siguientes dudas fueron sobre las que serían mis
compañeras y compañeros durante cuatro largos años. Desde preescolar hasta
bachiller siempre he estado en el mismo colegio, y aunque no me resulta difícil
hacer amistades, sí que se me hacía inquietante.
¿Y qué encontré? En su mayoría, chicas. Bueno, y un par de
chicos, pero casi invisibles entre tantas melenas largas.
La Universidad ha cumplido muchas de mis expectativas, pero
lo más difícil ha sido, sin duda, decir adiós a “mi cole”. Lo recuerdo con
tantísimo cariño que no hay día que no se me venga a la memoria alguna de los
momentos tan divertidos que he pasado en él.
¡Cuánta razón llevaban mis profesores cuando me decían que
acordaría de todo lo que me habían enseñado! Y no, claro que no hablaban de
materia. Hablaban de valores.
He tenido la suerte de crecer en un colegio que, además de
enseñarme lo mínimo que hay que saber para cumplir con el mínimo de cultura, me
han enseñado gran cantidad de valores, como el respeto, el saber estar, el no
rendirme, el avanzar, la paz, ayudar a los demás, y un largo y extendido
etcétera.
Yo fui una de las alumnas que mejor supo aprovechar eso, y
que más jugo sacó de todas esa educación, y ahora que estoy “entrenándome” para
dedicarme a educar, puedo comprobar lo importante que es que sea fructífera,
pero eso supondrá un largo camino que, finalmente, se verá recompensado.
Gracias a los Escolapios, por aguantarme durante unos 15
años, y en especial a todos mis
profesores, ya que he pasado por las mejores manos. Gracias a ellos veo la vida
como la veo hoy, y sin duda alguna ellos son parte de mi proceso educativo, el
cual me ha llevado a querer dedicarme a crear esperanza y creer en el cambio.
http://www.calasanciohispalense.org/
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