Solemos creer que la mejor forma de aprender es asistiendo a
una clase teórica, realizando una práctica o quizás, leyéndonos un buen libro.
Y es cierto que son medios útiles para aprender, pero muchas veces olvidamos
que tenemos en casa grandes fuentes de conocimiento y nunca le prestamos la
atención que merecemos.
Estas fuentes de las que os hablo suelen tener arrugas que
marcan la historia de cada una de sus vidas y el pelo cano, y cuando entran por
la puerta, la disciplina en casa vuela. Sí, son exactamente ellos: LOS ABUELOS.
Muchos de ellos en centros especializados para sus cuidados,
y muchos otros en casa, pero todos llenos de historias que contar, de sueños
que cumplieron y otros muchos que les quedan por cumplir, de batallitas de
cuando pequeños y de refranes que nunca fallan.
Según me han contado en casa, cuando nací mi abuelo le dijo
a mi madre que ella, como madre que es, tenía todo el derecho a reñirle si me
mimaba demasiado o si él, como abuelo, no hacía las cosas bien.
¡Pero qué bien que le quedó! ¿Y al final? Nada. Mi madre le
reñía por consentirme (cosa que sigue haciendo) y él siempre dice lo mismo:
"tú déjame a mí".
Quien me conozca, sin necesidad de saber gran cosa de mí,
sabe que mi abuelo para mí es lo primero.
Yo no sé cómo serán el resto de abuelos del mundo, pero mi
abuelo Pepe y mi abuelita Concha son los mejores de todos. Y espero no levantar
ampollas entre mis lectores, porque es evidente que para cada cual, no hay
ninguno mejor que los suyos... Pero es que mi abuelo en concreto... Mi abuelo
"se sale".
Como vivo con ellos estoy llena de sus vivencias porque
todos los días dan lugar a una historia nueva de la vida que dejaron atrás. La
conclusión que saco es que mis abuelos, y estoy segura que todos los abuelos
del mundo, son más valientes que nadie porque, desde niños, tuvieron que luchar
por conseguir un trozo de pan que llevarse a la boca en esos tiempos de
posguerra que pasaron, muchos sin asistir a la escuela porque no tenían vestimenta
ni dinero, y míralos ahora, capaces de leer las medicinas y las recetas de esos
pasteles que tanto nos gustan.
Si es cierto que muchas veces me cansan porque se repiten
mucho. “Niña, estudia”, “recoge el cuarto”, “no vengas tarde”, “¿con quién
sales y dónde? ¿Tardarás mucho?”, “vas a coger una pulmonía así”, “¿eso es lo
que vas a comer?” son algunas de las preguntas a las que me enfrento todos los
días, por no decir que el paso del tiempo ya da sus frutos y se les olvida que
ya me han preguntado algo y vuelven a hacerlo constantemente. Pero eso
significa que se preocupan por mí como
nadie porque soy su niña.
El problema es que hay personas que no lo ven con los mismos
ojos que yo y los abandonan; permiten que todas esas historias fantásticas se
pierdan en el olvido y se suman en la tristeza de sentirte inútiles. Y no
queridos, porque no hay nada más útil que una persona mayor.
No hablo de una utilidad manual ni una utilidad visual, y
mucho menos auditiva. Hablo de una utilidad de reflexión sobre la vida y sobre
el tiempo. Con un abuelo es seguro que aprendas a ser paciente y constante, a
pensar que poquito a poquito y con trabajo diario se consiguen las cosas.
Mi abuelo a mí me quitó el pañal y el chupete, me enseñó a
diferenciar desde pequeña el jamón bueno del malo, afinó mi paladar, me enseñó a
hacer trampas en los juegos de mesa, a quitarle el aguijón a una avispa y
meterle papel para que no pudiera volar del peso… Mi abuelo a mí me ha enseñado
a ser feliz.
¿Y mi abuela? ¿Qué decir de esas tortillas de patatas de 10
cm de alto, de esas paellas tan sabrosas, de esos pucheros, cocidos y lentejas
tan de mi abuela? ¿Cuántas veces le he pedido que me contara un cuento de
pequeña, y ella sin más, se lo inventaba por y para mí?
Sé que todos los que leáis estos, pensareis en lo especial
de cada uno de vuestros abuelos y deseareis abrazarlos, cosa que algunos podrán
pero otros no… Por lo que me gustaría ofreceros la oportunidad de pasar un
ratito con los míos y de escucharlos, porque quiero que sepan lo orgullosa que
me siento de ellos, y ya que los tengo conmigo, ¿qué menos que permitir que
otros se den cuenta de lo especiales que son?
Y esto es una propuesta que me gustaría expandir como futura
educadora social que soy y que muchos se atrevan a compartir un ratito de sus
vidas con esos viejitos que tanto y tanto tienen que contar, y nosotros, que
escuchar.
Porque, ¿qué hay más especial que un abuelo?
Lo que los niños mas necesitan son los elementos esenciales que los abuelos proporcionan en abundancia, ellos dan amor incondicional, bondad, paciencia, humor, comodidad, lecciones de vida, y los mas importante: las galletas. (Rudolph Giuliani)
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