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viernes, 10 de mayo de 2013

Mi primer voluntariado



Nunca había participado en ningún voluntariado a pesar de que mis ganas eran muchas y así, de pronto, se me presentó la oportunidad de participar en un proyecto en uno de los barrios más marginales de España, si no el que más. Es un barrio conocido por todos los sevillanos, y no expresamente bien. Hablo del barrio de Las Vegas, en las Tres Mil Viviendas. 




Me encantaría trabajar en barrios como este, por lo que pensé que sería una buena experiencia y que me aclararía bastante si era eso realmente lo que quería.

Participé en una Asociación conocida como "Los Boom" durante tres meses. Esta Asociación lleva en el barrio unos 21 años, por lo que es muy conocida allí. Trabaja con niños de 9 a 18 años en el centro cívico “El esqueleto”.  Su propósito es educar a los niños en valores mediante juegos y talleres en los que se le inculquen sin que ellos puedan apreciarlo, ya que es un barrio con una cultura distinta, y evitar así que se quiten una mañana de la calle y puedan interaccionar con el resto de compañeros. Además se espera de ellos que en un futuro puedan ser ellos mismos los monitores que lleven a cabo el voluntariado, porque quienes si no ellos son los más interesados en que proyectos como este salgan a flote.
 

Debido a mi corta edad (17 en este momento), decidí dedicarme a los peques, "los lobatos". Recuerdo mi primer día de voluntariado, allá por primeros de Octubre. Llegamos al barrio todos los monitores disfrazados con muchos colores como si fuéramos piratas. Los niños bajaron corriendo al escuchar nuestros gritos de "¡¡SEMOS LOS BOOM!!". Eran muchos los abrazos que me dieron los pequeños, preguntándome que si era la nueva maestra y cómo me llamaba. ¿Yo maestra? Era algo que desconocía pero que me encantaba, porque entendía que así yo tenía un papel en la vida de esos niños.

Como es de esperar, el primer día es entero de juegos para que tanto ellos como nosotros nos conociéramos. Me llamó muchísimo la atención como, sin conocerme, venían y me abrazaban resguardándose en mí. Los nuevos monitores íbamos preparados para todo; insultos, mofas, bromas de mal gustos… Porque si ya de por sí es difícil controlar a un grupo de peques, imagínate de un barrio un poco más peculiar que el resto.

Conocí a muchísimos pequeños, y mis semanas pasaban con el único pensamiento de volver de nuevo y ver todas esas caras de recién levantados de todos ellos. Muchos me invitaron a sus casas a comer e incluso a dormir para que no tuviera que volver a mi casa, ya que la actividad terminaba sobre las tres del medio día.

Fue una experiencia increíble rodearme de gente tan increíble y sana como esos niños;  mis niños.

Recuerdo una vez como uno de ellos, en una excursión que hicimos al cine, me ofreció unas cinco veces un pastelito que tenía y que prefería darme antes que comérselo él. Y no os hablo de alguien mayor, sino de un niño de unos diez añitos.

Y es que creo que todos deberíamos vivir experiencias como la que yo viví, porque nos dejamos llevar muchas veces por los estereotipos y las etiquetas, y al fin y al cabo todos somos personas y dejamos pasar a personas increíbles y que sobre todo nos enseñan a mejorar como personas. Y os lo dice alguien que entró a “Las Vegas” con miedo y sin saber qué esperarse, porque lo que normalmente se escucha  no es bueno, pero no podemos olvidar, y menos los que queremos dedicarnos a la Educación Social, que son niños que se desarrollan en unas circunstancias menos favorecidas que las del resto y solo hay que indicarles el camino y darles el impulso que puedes faltarle en su entorno. El cambio existe, y no hay nada más gratificante que los abrazos y las sonrisas que a mí me dedicaban cada mañana.

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