Nunca había participado en ningún voluntariado a pesar de que
mis ganas eran muchas y así, de pronto, se me presentó la oportunidad de
participar en un proyecto en uno de los barrios más marginales de España, si no
el que más. Es un barrio conocido por todos los sevillanos, y no expresamente
bien. Hablo del barrio de Las Vegas, en las Tres Mil Viviendas.
Me encantaría trabajar en barrios como este, por lo que
pensé que sería una buena experiencia y que me aclararía bastante si era eso
realmente lo que quería.
Participé en una Asociación conocida como "Los
Boom" durante tres meses. Esta Asociación lleva en el barrio unos 21 años,
por lo que es muy conocida allí. Trabaja con niños de 9 a 18 años en el centro
cívico “El esqueleto”. Su propósito es
educar a los niños en valores mediante juegos y talleres en los que se le
inculquen sin que ellos puedan apreciarlo, ya que es un barrio con una cultura
distinta, y evitar así que se quiten una mañana de la calle y puedan
interaccionar con el resto de compañeros. Además se espera de ellos que en un
futuro puedan ser ellos mismos los monitores que lleven a cabo el voluntariado,
porque quienes si no ellos son los más interesados en que proyectos como este
salgan a flote.
Debido a mi corta edad (17 en este momento), decidí dedicarme
a los peques, "los lobatos". Recuerdo mi primer día de voluntariado,
allá por primeros de Octubre. Llegamos al barrio todos los monitores
disfrazados con muchos colores como si fuéramos piratas. Los niños bajaron
corriendo al escuchar nuestros gritos de "¡¡SEMOS LOS BOOM!!". Eran
muchos los abrazos que me dieron los pequeños, preguntándome que si era la nueva
maestra y cómo me llamaba. ¿Yo maestra? Era algo que desconocía pero que me
encantaba, porque entendía que así yo tenía un papel en la vida de esos niños.
Como es de esperar, el primer día es entero de juegos para que
tanto ellos como nosotros nos conociéramos. Me llamó muchísimo la atención
como, sin conocerme, venían y me abrazaban resguardándose en mí. Los nuevos
monitores íbamos preparados para todo; insultos, mofas, bromas de mal gustos…
Porque si ya de por sí es difícil controlar a un grupo de peques, imagínate de
un barrio un poco más peculiar que el resto.
Conocí a muchísimos pequeños, y mis semanas pasaban con el
único pensamiento de volver de nuevo y ver todas esas caras de recién levantados
de todos ellos. Muchos me invitaron a sus casas a comer e incluso a dormir para
que no tuviera que volver a mi casa, ya que la actividad terminaba sobre las
tres del medio día.
Fue una experiencia increíble rodearme de gente tan increíble
y sana como esos niños; mis niños.
Recuerdo una vez como uno de ellos, en una excursión que
hicimos al cine, me ofreció unas cinco veces un pastelito que tenía y que
prefería darme antes que comérselo él. Y no os hablo de alguien mayor, sino de
un niño de unos diez añitos.
Y es que creo que todos deberíamos vivir experiencias como
la que yo viví, porque nos dejamos llevar muchas veces por los estereotipos y
las etiquetas, y al fin y al cabo todos somos personas y dejamos pasar a
personas increíbles y que sobre todo nos enseñan a mejorar como personas. Y os
lo dice alguien que entró a “Las Vegas” con miedo y sin saber qué esperarse,
porque lo que normalmente se escucha no
es bueno, pero no podemos olvidar, y menos los que queremos dedicarnos a la
Educación Social, que son niños que se desarrollan en unas circunstancias menos
favorecidas que las del resto y solo hay que indicarles el camino y darles el
impulso que puedes faltarle en su entorno. El cambio existe, y no hay nada más
gratificante que los abrazos y las sonrisas que a mí me dedicaban cada mañana.
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